ESTILOS DE VIDA

Por: Arlindo Luciano Guillermo
Dice el famoso bolerista, hoy convencido cristiano, Iván Cruz, en Vagabundo: “Déjenme vivir mi vida  /  yo no soy malo con nadie”. No hay una receta infalible para enfrentar la vida, las circunstancias, los éxitos, las depresiones y la prosperidad. Cada ciudadano elige el camino correcto o equivocado. El instinto y la pasión son combustibles necesarios. Nacemos libres para triunfar y ser felices. El fracaso es una responsabilidad personal. Nadie es culpable de la frustración de otro. La felicidad es una tarea individual que se consigue y disfruta a cuentagotas.    
   
La sonrisa atrae simpatía, amigos y oportunidades. La sonrisa no se gasta ni se deteriora con el uso. Es un gesto amable que vale más que mil palabras. El rostro adusto y arrugado del maestro espanta estudiantes. Los padres, que sonríen a sus hijos, atraen confianza. Un varón que no sonríe ahuyenta mujeres. La sonrisa es un poder que seduce, compromete, ruboriza y va más allá de la simple mirada o del movimiento de los ojos. La sonrisa revela amabilidad visible, empatía atractiva y seguridad en uno mismo. Sin sonrisa la vida es un velorio. 
El buen humor es la válvula de escape para el estrés, las emociones negativas y las frustraciones irreversibles. El buen humor se diferencia sustancialmente del chiste vulgar. Es una actitud de frescura, sin saturación emocional. La risa es el altoparlante de un corazón sereno y feliz. Si el problema tiene solución haz algo; si el problema no tiene solución no hagas nada. ¿Qué haríamos si el cadáver está dentro del ataúd? El buen humor ayuda a no perder el control de la inteligencia emocional. Es una estrategia para convivir con los problemas diarios. Sin humor la vida es insípida, sosa, rutinaria, sin sentido, tediosa. Hasta el ciudadano más serio, con grandes responsabilidades, usa el buen humor y la broma atinada. El buen humor evita atrofias cardiacas, segregación de bilis, aparición de arrugas en la cara y alarga la vida.

Reaccionar inmediatamente ante un problema es una habilidad cerebral y una competencia social. Hay problemas que pueden esperar; otros deben ser resueltos en el acto. Si un anciano cae en el piso, no hay que pensar dos veces para ayudarlo. Nadie vive petrificado ni inmutable. La indiferencia es enemiga de la solidaridad y la sensibilidad social. La reflexión es necesaria y recomendable, pero puede jugar en contra cuando se trata de emergencias: no hay que pensar mucho, sino actuar inmediatamente. La discusión estéril y con rodeos retrasa la toma de decisiones. El Dalai Lama dice: “El enojo, en realidad, destruye la parte del cerebro que puede juzgar si estoy en lo correcto o equivocado”. No hay nada más agradable y valioso que vivir en paz con uno mismo y con los demás, sin remordimiento de conciencia ni paranoia. 

Si no sabes, pregunta sin vergüenza. ¿Quién nace con sabiduría? Se acumula experiencia y destreza en la práctica, no siempre en los libros ni en el discurso verbal. La experiencia es madre de los aprendizajes. Ignorar un tema, una ruta o la solución de un problema no es pecado ni delito. Se aprende todos los días. Jamás dejamos de aprender. El aprendizaje es un quehacer continuo, eterno, sin límites. “Solo sé que nada sé”. Si lo dijo Sócrates, nosotros, ciudadanos mortales, efímeros, erráticos e imperfectos, con mayor razón estamos en la obligación de aprender sin demora. No es más que otro quien más sabe. La humildad del sabio está lejos del científico, intelectual o sabihondo. A mayor estatura profesional,  mayor debe ser la modestia, la sencillez y la probidad. Preguntar por algo que no se sabe es una virtud.  

Si sabes debes enseñar a los demás. ¿Para qué sirve un millón de dólares en el desierto? El conocimiento que se guarda para sí mismo no sirve. La ciencia y la tecnología tienen que llegar a los ciudadanos para mejorar la calidad de vida, la satisfacción de necesidades y la búsqueda de la felicidad. La ignorancia no avergüenza porque siempre hay algo que aprender. Compartir sabiduría es un acto de solidaridad y desprendimiento. Es verdad que hoy nada es gratis. El conocimiento cuesta aprender, acopiar y asimilar. La teoría se engrandece cuando llega a la mayoría de los ciudadanos.   

No critiques con severidad a los demás. Párate frente al espejo y verás que también tiene ojos, nariz y boca. Equivocarse es una oportunidad para aprender. Solo se equivoca el que hace algo. Es fácil criticar sin piedad. Hasta en los hechos más simples hay esfuerzo y voluntad. Es necesario tolerar los errores, defectos y debilidades de los demás. Para los ojos del común de la gente prevalecen los errores; las virtudes casi pasan desapercibidas. Criticar es juzgar, a veces con perversidad. Prevenir a tiempo a alguien de posibles errores es mejor que criticar y hacer leña del árbol caído.   

No mires atrás porque cogerás tortícolis. El único momento para vivir, con auspicio y adversidad, es el presente vivo. El pasado es el agua que pasó por debajo del puente. Si te caes, levántate. Regodearse con las vivencias del pasado es perder tiempo. Bien o mal algo se hizo. No todo es malo. Todos tenemos derecho a enderezar la vida. No existe envidia sana. La envidia es dañina porque no deja vivir en paz, mientras lo codiciado está al frente, visible, como fuego encendido en la oscuridad o brillando como una estrella. Todo tiene una recompensa aquí o allá. El mejor trofeo que exhiben los padres es la felicidad de sus hijos; los maestros disfrutan con gran satisfacción cuando los estudiantes logran aprendizajes significativos.   

Nadie da recetas para vivir ni caminar con prudencia por este mundo cada vez más egoísta, mercantil, competitivo, farandulero, fariseo, pragmático, pero también de momentos agradables, imperecederos y felices. Presumir de perfecto y moralista intachable es negar que somos ciudadanos falibles, expuestos al error y a la transgresión. La vida, como un edificio, se construye minuto a minuto desde el cimiento hasta el acabado final. Ponerla hermosa, vital y útil depende de uno mismo. Vale saber lo que piensa Ricardo Arjona de la vida, en Vida: “Conocí el amor con la vecina  /  y también alguna enfermedad.  /  El doctor mandó penicilina  /  el amor cobró con soledad.  /  Fui maestro y fui universitario  /  golfo, caradura y soñador  /  mientras el cabrón del calendario  /  no te hace jamás ningún favor”. 

FUENTE: DIARIO AHORA

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