LA FELICIDAD JA, JA, JA, JA

Arlindo Luciano Guillermo
Todos vivimos para ser felices. Nos esforzamos para que nuestros hijos sean felices. Quisiéramos que el mundo sea feliz. Deseamos que nadie viva triste, infausto, malhadado,  y sin posibilidades de disfrutar, aunque sea por un minuto, de la felicidad. Sin embargo, ¿existe la felicidad?, ¿cómo es el rostro de la felicidad? ¿La sonrisa es la expresión facial, no verbal, de la felicidad? La risa es el altoparlante del corazón y las emociones. La felicidad no es un punto de partida, sino de llegada. A veces se frustra a medio camino. ¿No será que la felicidad es una utopía?

En la cultura popular, la felicidad es sinónimo de alegría, satisfacción y bienestar. La felicidad es un estado de plenitud, de goce y fidelidad de principios. La alegría es “sentimiento grato y vivo” que se ve con los ojos; la felicidad, plenitud y paz interior, disfrute de la vida sin lujos ni excesos y posesión de virtud que los ojos no ven. 
Para el avaro acumular riqueza y bienes materiales es motivo de satisfacción, pero no de felicidad. El dinero no es requisito para ser felices, pero sí para resolver problemas y necesidades. El lujurioso disfruta con desenfreno del sexo, pero eso acaba en pocos minutos y sentirá la soledad de siempre. La felicidad no aumenta con el coito ni con la eyaculación. Ricardo Arjona, en Al otro lado del sol, dice: “Aquí el hombre es el que tiene mujeres y vida de tormenta  / sin saber que hombre es el que tiene una y la mantiene contenta.” La gula llena la barriga, pero no el corazón ni la cabeza. El que se alimenta como puerco o Heliogábalo no tendrá hambre, pero no gozará de la felicidad porque se ha equivocado de llenar el espacio adecuado. La pereza no causa fatiga, se vive como un objeto en reposo, un parásito, sanguijuela, por inercia. Jamás la inmovilidad ha producido felicidad. La felicidad se construye a brazo partido. Nadie está en la obligación de hacer feliz a otro. La felicidad es una responsabilidad personal. Se parece al trabajo que hace el escultor con la roca o el mármol: paciencia, observación, retrocesos y grandes avances. La ira deja salir los demonios que atenazan los nervios, pero hace daño, perjudica a quien escucha o ve. Jamás será feliz quien trata a los demás con cólera. La soberbia, por unos instantes, hace creer al sujeto que es superior, que está por encima de los demás. Nunca el más alto ha sido más feliz que el de menor estatura. La envidia es autodestructiva. El envidioso quiere obtener algo que otro posee por derecho propio. Nunca tendrá lo suyo, salvo que haga trampas, robe o se apropie utilizando la violencia. Todos estos defectos tienen algún tipo de satisfacción, menos la envidia. El envidioso muere en su ley: ansía algo que jamás podrá conseguir. Acaba su vida poco a poco como un escupitajo expuesto al sol. Es un infeliz irreversible.  

La felicidad tiene enemigos declarados. La intolerancia no acepta a otro que es diferente, distinto. El intolerante discrimina, rechaza e insulta porque le cuesta convivir con otros, pues se considera superior o excepcional. El resentimiento porque las heridas aún no cicatrizan ni hubo perdón, las cuentas no se han saldado con el pasado. Solo el presente se vive. La megalomanía no deja vivir en paz al sujeto porque siempre querrá poseer lo que no puede porque no tiene posibilidades ni oportunidades. El megalómano es oportunista, venal, pone precio a la dignidad y el honor con la finalidad de lograr sus hiperbólicos objetivos. Es amoral. El estrés socava lentamente la paz y el equilibrio emocional. Puede provocar maltrato al prójimo o ruptura de relaciones interpersonales. La depresión es un trastorno del ánimo que deteriora la vida personal y familiar. Los fármacos neutralizan la depresión, pero la procesión va por dentro. La mitomanía falsea la realidad, crea una versión fantasiosa e irreal. La verdad va a aflorar inexorablemente. Nadie es feliz con la mentira. Si nos libramos de estos destructores podríamos disfrutar de la felicidad.   

Existen algunas murallas para defender la felicidad. La sensatez ante la adversidad permite no alterar las emociones. No existe sobre la Tierra un ciudadano sin problemas. El humor es un efectivo condimento en la convivencia social.  El humor en la vida cotidiana alarga la vida y retrasa la vejez. El perdón sincero calma la conciencia y abre una oportunidad distinta. Si no se resuelven los traumas de la niñez, estos aparecen inconscientemente en la adolescencia y la adultez. El respeto de obra y palabra impide que alguien se pase del límite permitido, pues todos tenemos derecho a la convivencia democrática y el honor. La búsqueda de paz social e interior es gran desafío para el ciudadano del siglo XXI. Sin  paz es imposible la felicidad.   
   
Uno de los caminos de la felicidad es el desapego de los bienes materiales, es decir, que el fin de la vida no es acumular ni conservar bienes ni fortuna, sino administrarlos bien para uno mismo y los demás. Otro es la humildad que no equivale a candidez, pobreza ni mansedumbre. La humildad permite tomar la vida y sus circunstancias con serenidad, sin inflar el ego ni la inteligencia. 

La oreja de Van Gogh, en El último vals, dice: “La felicidad es un maquillaje  /  de sonrisa amable desde que no estás.”  Sin duda, existe la falsa felicidad. Reír, sonreír y cantar no garantían felicidad. Pueden ser máscaras que encubren carencias, tragedias, disimulos o problemas reprimidos que en cualquier momento explotarán como una bomba de uranio. Una ruptura sentimental puede provocar depresión y melancolía silenciosa.  El Papa Francisco aconseja: “Vive y deja vivir. Acá los romanos tienen un dicho y podríamos tomarlo como un hilo para tirar de la fórmula esa que dice: “Anda adelante y deja que la gente vaya adelante.” Darse a los demás. Si uno se estanca, corre el riesgo de ser egoísta. Y el agua estancada es la primera que se corrompe.” En el libro El arte de la felicidad, el Dalai Lama argumenta: «Creo que el propósito fundamental de nuestra vida es buscar la felicidad. (…) …creo que el movimiento primordial de nuestra vida nos encamina en pos de la felicidad.»

La fama, bienes, fortuna y la soberbia no deben distraer al ciudadano de la felicidad. No hay dos oportunidades para vivir sobre la Tierra. 

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