Arlindo Luciano Guillermo
La política y la ética tienen que ir de la mano, sin desligarse. Si la política se desmarca de la ética está condenada a incurrir en la mitomanía, la sinvergüencería, la corrupción y el ejercicio autoritario del poder. La ética les pone límite a los políticos. Los ciudadanos tenemos que mantener los ojos bien abiertos, la inteligencia despierta y las decisiones correctas para elegir a los próximos gobernantes. Un voto no vale un kilo de arroz, una fiesta con orquesta y licor, una pollada gratis o una sonrisa hipócrita. El voto es la voluntad consciente y responsable del ciudadano.
Estas elecciones están totalmente desideologizadas, no hay pensamiento político, una doctrina diferenciadora. Impera, peligrosamente, en los líderes, partidos y movimientos políticos un pragmatismo exacerbado, cuyo objetivo central es el acceso al poder, y un relativismo ético que proscribe la decencia, el escrúpulo, la transparencia y la credibilidad del discurso oral a un escenario educativo y religioso.
La publicidad política se ha multiplicado y congestionado las pautas radiales y televisivas y las páginas de los diarios. Publicidad es inversión. ¿Existe un ciudadano que invierta para no obtener utilidades? No hay debate sobre planes de gobierno ni visión de desarrollo para Huánuco. El argumento político es inconsistente, trivial, chabacano, frágil, sin calidad verbal ni alegato sólido.
El político perverso, que muestra una sonrisa de oreja a oreja, es el hablador, el florero, el que exhibe sus virtudes y cualidades que mejor le conviene. Los defectos, las vivezas y el “pasado oscurísimo” se guardan bajo siete llaves. Sin embargo, los ciudadanos tienen derecho legítimo a la tacha, es decir, desenmascarar o sacar de carrera al candidato farsante, que miente, distorsiona o encubre o se hace pasar por decente cuando es, en verdad, bribón, truhan o facineroso.
Emitir un voto no solo es un derecho constitucional, sino una responsabilidad ética. ¿Alguien confiaría un ladrón la custodia de su cofre de joyas, una alcancía o las llaves de su casa? No basta mirar la cara o escuchar palabras. A los políticos no hay que creerles lo que dicen, lo que prometen, sino que hacen. El poder es un dulce y añejo vino que emborracha lentamente, con disimulo, sin que el bebedor se dé cuenta. Provoca adicción. Una desintoxicación del poder es compleja, a veces irreversible. Por eso, la reelección es una figura democrática para seguir dándole al gobernante más poder
La ética exige a los ciudadanos a reflexionar serenamente para elegir al candidato que mejor opción representa. Esta decisión implica saber quién es, qué hizo por la comunidad que desea gobernar, que catadura moral tiene, de qué familia procede, si respeta al prójimo, cumple con decir la verdad. Un mentiroso, un soberbio o un parricida no podría ser un presidente regional o alcalde de la ciudad. Si un candidato no respeta la propiedad privada, la confianza de los amigos o inventa realidades inexistentes es un sicópata, un mitómano y un garantizado cleptómano.
Votemos por la decencia. Que el próximo gobernante de la región y de la ciudad sean los ciudadanos más probos, decentes, idóneos y respetuosos de la voluntad del pueblo. Si no votamos por la decencia, Huánuco seguirá en manos de gobernantes incompetentes, con uñas largas, hambre de perro callejero, cínicos y falsos devotos.
Los ciudadanos tenemos que exigir una agenda política para el debate, la difusión y la confrontación de argumentos. La publicidad, repleta de clichés, frases mesiánicas y burdas virtudes, no puede ni debe desplazar al debate político y programático entre los candidatos. Huánuco merece una agenda histórica, cuyo eje sea el desarrollo integral, sostenible y viable. Sin concertación ni un frente político- social anticorrupción, Huánuco va a tener los mismos gobernantes.
La decencia es una actitud correcta y validada por la verdad frente a las circunstancias en las que hay que tomar una decisión firme sin que el interés mezquino prevalezca. Es sinónimo de honestidad, probidad, honradez. Si la política se poblara de ciudadanos decentes, el destino de los pueblos cambiaría, las instituciones se fortalecerían y las decisiones de Estado resolverían, con efectividad, los problemas de corrupción, abuso de poder, discriminación e ineficacia de la gestión pública. Mientras haya el diezmo, el nepotismo, el manejo partidarista de los cargos públicos y la alegría del pueblo con pan y circo, la situación tiende a agravarse.
El propósito concreto de la política es el poder; la ética, la actitud con la que se debe conducir el gobernante en el poder. ¿Realmente existe una práctica política con el ejercicio un código ético? ¿Un político realmente es ético? ¿Acaso es una utopía pensar que un gobernante sea honesto? La política, tal como la conocemos, es la realidad objetiva; la ética ha caído aparatosamente en un relativismo total, cuyos límites son impredecibles. La verdad en política no existe. En cambio, la ambigüedad, la mentira, la falsedad, la guerra sucia, la argucia y la demagogia imperan poderosamente. Frente a ese doble escenario, el ciudadano pensante, inteligente, lúcido y responsable tiene que tomar una decisión crucial: pensar mil veces antes de entregar su voto a tal o cual candidato.
La ética y la política deben coexistir como las dos caras de una moneda, de modo complementario. Es verdad que no existe un político químicamente puro, inmaculado, puro, intachable, sin defectos. Eso no tolera la mentira, el engaño y la falacia. Un candidato que miente en las elecciones, con toda seguridad, va a ser un gobernante corrupto, demagogo, se olvidará de sus promesas electorales, mudará de cara y pensamiento. Si en la campaña mostró sonrisa fingida y falsamente servicial, en el poder será autoritario, miope y se escuchará a sí mismo.
Votemos por la decencia. Votemos por el ciudadano honorable, el que mejor argumente sus planes, proyectos y sueños. La decencia dignifica la política. Si la política se hace transparente, una vocación de servicio, una actitud honesta ante el poder, entonces miles de ciudadanos se sentirán atraídos para competir en un proceso electoral. La política, en este momento, es el arte de engañar al pueblo para llegar al poder. Sin embargo, abrigamos la esperanza de que sí existan ciudadanos decentes, que reúnen capacidades profesionales, méritos personales y habilidades comprobadas para ejercer un cargo político. Votar por la decencia es asumir una responsabilidad ética con la historia, la institucionalidad y la posibilidad de encontrar el camino correcto para el desarrollo, el bienestar y la prosperidad.
FUENTE: DIARIO AHORA
FUENTE: DIARIO AHORA
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