Willam E. Inga Villavicencio
La mayoría de la gente desconoce que el 26 de enero se celebra el Día Mundial de la Educación Ambiental, acontecimiento mucho más relevante que la llegada del “Año Nuevo”, fecha capaz de asegurar la salud de nuestro planeta, porque tiene como firme propósito: generar conciencia para conservar y proteger el medio ambiente a partir de la participación de todos. Esta celebración se origina a partir de la declaración de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente, celebrado en Estocolmo, Suecia, en junio de 1972, en el que básicamente se hizo una advertencia sobre los efectos que la acción humana puede tener en el entorno material.
Mucho se ha invertido en educación ambiental, se han obtenido una serie de logros, sin embargo, se cuentan ya más de 40 años de esfuerzos en esta materia y los resultados aún no resultan ser alentadores: la basura sigue siendo un problema en las ciudades, seguimos contaminando nuestros ríos, aumenta cada vez más la contaminación atmosférica, se incrementa el uso de agroquímicos, la deforestación no cesa, siendo estos sólo algunos ejemplos de la gravedad de los problemas ambientales.
Tenemos estos resultados porque los objetivos de la educación ambiental no están dirigidos a cuestionar el modelo civilizatorio actual, con sus patrones productivistas, consumistas y derrochadoras, impuestos por la ideología neoliberal del mercado global desregularizado, sin crítica (Novo y Murga, 2010).
La educación ambiental debe cuestionar la lógica del sistema de organización social excluyente, antidemocrático, insustentable y depredador, no criticarlo supone incurrir en severas contradicciones entre los valores ambientales que se pretenden insertar en la población y aquellos que practican en la sociedad moderna (Martínez, 1998).
En tal sentido, queremos una educación ambiental que promueva la formación del espíritu crítico, la capacidad para liderar y resolver conflictos y la práctica de valores ambientales básicos como la responsabilidad, el respeto y la solidaridad. El educador ambiental tiene que identificar con criterio técnico y pedagógico a qué problemas específicos debe dar respuesta su programa de formación. Considerando su impacto concreto debe proponer acciones eficaces y medir sus resultados. Esto exige combinar la mirada atenta en lo regional, sin descuidar la perspectiva global.
Para finalizar, es importante señalar que la educación ambiental tiene grandes retos, si bien es cierto que tenemos resultados desalentadores, no es el momento de perder el ánimo y el entusiasmo, sino que por el contrario es una oportunidad para descubrir nuevas estrategias que genere un futuro no solo posible sino realizable.
“La educación ambiental NO debe nacer, crecer y morir en las cuatro paredes del pasivo salón de clases. NO necesitamos la frialdad de una toga y un birrete, sino el calor de las manos y las piernas. NO necesitamos el ego de las maestrías y los doctorados, sino el esfuerzo de sembrar y cosechar. NO necesitamos el éxtasis de los bombos y platillos, sino la euforia de los capullos y las rosas”.
FUENTE: PAGINA 3
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