PUNTO DE VISTA

Arlindo Luciano Guillermo
arlugui@hotmail.comEL ESCRITOR Y LA POLÍTICA
Ningún ciudadano vive al margen de la política. De alguna manera está afectado por la política, las decisiones de los gobernantes, la corrupción, los desatinos y la gestión pública. Jean Paul Sartre dice: “No hablar es también hablar. Callarse es seguir hablando.” Un escritor no puede esconderse debajo de una piedra. Los ojos de la historia siempre lo vigilan. 

Escribir literatura implica una gran responsabilidad lingüística, estética y social. Ningún escritor está obligado a escribir sobre política ni incluirla en sus versos, cuentos, novelas y dramas. No está obligado a enrolarse a un partido político, abrazar una ideología y defender a un líder y su trayectoria. Un escritor de fuste, innovación y trascendencia crea ficciones con originalidad para deleite de los lectores. 
El escritor es un ciudadano con una gran ventaja: maneja el lenguaje a su antojo y voluntad. Tiene una posición en la sociedad, una visión del mundo, una actitud frente a la felicidad o la adversidad. Los escritores no viven dentro de una burbuja ni secuestrado en una torre de marfil. Caminan libres, con la frente en alto por las calles de la ciudad o las zonas rurales, escuchan el ruido diario de los vehículos, respira el aire, come, ama, duerme, despierta y lee todos los días. Escritor no solo es el que ha escrito libros de literatura, sino otros con temas no literarios. Un periodista es un escritor porque utiliza la palabra escrita para dar a conocer un reportaje, una crónica o una opinión argumental. Escribir artículos de opinión te convierte en un escritor.  

El escritor es un ciudadano artístico, político y ético. Cuando un escritor incursiona en la política militante tiene que saber que una contienda electoral es una batalla de ideas, propuestas y argumentos. No es una lucha a muerte. La política no cancela la amistad ni liquida a los amigos. Un político sin tolerancia, capacidad para soportar al contendor, que no respeta las ideas ajenas tendrá serias problemas para convivir democráticamente.  

Es alentador ver a un escritor metido en política. Eso demuestra una gran lección: no critica severamente a la política y sus defectos, sino que toma posición por tal o cual opción política. Se hace  militante de un partido para llegar al poder y desde allí resolver problemas que tiene en el pensamiento y en el plan estratégico de gobierno. Un escritor oxigena la política. El escritor es un ciudadano íntegro. Ve, con la sensibilidad que exige la literatura, cómo la pobreza frustra oportunidades, la exclusión social es causa de frustración social, que la intolerancia política conduce a la calumnia y la guerra sucia, que la corrupción y la mafia amenazan, peligrosamente, a las instituciones, líderes, ciudadanos y conciencias. Ante esta situación, el escritor llega a la conclusión de que con una  novela, un poema o un cuento jamás podrá resolver esos problemas. Por eso ingresa en la política, sin dejar el talento creador, la percepción estética ni el humanismo. 

La opinión personal, salvo que dañe la reputación o el honor, no ofende a nadie, si está correctamente argumentada o amparada por el sentido común y la generalidad. Nadie puede responder una crítica con un insulto o con una pedrada artera en el ojo. La crítica corrosiva u ordinaria se respeta. Las ideas se combaten con ideas, Un insulto se responde con una indulgencia oportuna, un argumento inteligente o, simplemente, con una indiferencia proverbial. Se gana más en política con el silencio vigilante y prudente. Hay que aprender, mientras haya posibilidades, a debatir con respeto, a confrontar ideas sin dañar a nadie y a exponer pareceres y lealtades sin afectarse uno mismo ni a los demás. 

El escritor vive dentro de la sociedad, no fuera de ella. Afirmar que la política no me  interesa tiene una explicación. La política se ha convertido en un escenario fangoso e infeccioso. Sin embargo, se pude encontrar a ciudadanos honestos y sinceros que representan la fe y la esperanza para revertir el caos, la desconfianza y la desilusión. El escritor, con principios democráticos muy definidos, detesta el autoritarismo, le produce arcadas los altos niveles de corrupción, la demagogia de los gobernantes y la estupidez de los políticos que se autoproclaman mesías, salvadores de un pueblo, profetas o iluminados, que prometen recrear la sociedad, las instituciones y las expectativas de los ciudadanos. 

Mario Vargas Llosa intentó ser presidente del Perú, pero se quedó en el camino de la segunda vuelta. Fue elegido Alberto Fujimori, hoy preso. Andrés Jara Maylle es un alérgico a cualquier manifestación de autoritarismo, critica severamente a los gobernantes demagogos y la necedad de las autoridades políticas. Gabriel García Márquez fue amigo cercano de Fidel Castro y del pueblo cubano hasta la muerte. Eso no lo ha convertido en mal escritor, sino en un ciudadano coherente y defensor de un ideal y una causa. El escritor Rómulo Gallegos, autor de la novela Doña Bárbara, fue presidente de Venezuela. El salsero Rubén Blades sueña con ser presiente de Panamá. A Jorge Edwards, novelista chileno, en una entrevista publicada en la revista Letras Libres (mayo, 2010), le preguntan: “¿Opina que escritores e intelectuales deben considerar su responsabilidad con la sociedad, o es mejor no formularse ese tipo de preguntas?” Responde: “Deben comprometerse con su arte, con su pensamiento, con su trabajo intelectual, que no es poco. Si esto ayuda a que la sociedad piense un poco mejor, a que reflexione sobre sí misma, no estaría mal.” 

Es apreciable la incursión del escritor en la política. Sin embargo, se debe tener en cuenta que el desempeño en política no es como escribir ficciones. La política es un juego de ajedrez: quien pestañea pierde piezas y pueden hacerle un jaque mate. En política hay que tener serenidad a prueba de fuego, buena percepción, fino olfato para la coyuntura y valentía para arriesgar, tomar decisiones y  asumir responsabilidades. La política es práctica. Es llegar al mismo fin tomando el atajo. El debate, la lectura, el manejo de información, la persuasión y el poder son exigencias y anhelos políticos. Si a eso se suman habilidades sociales y verbales mucho mejor. La tolerancia es el muro de contención para detener al dogmatismo, el fanatismo y la perversidad. En política es fundamental gobernar la inteligencia emocional. El insulto es utilizado por quienes carecen totalmente de ideas, argumentos y posturas novedosas. El insulto es la expresión más exponencial de la estupidez, la mediocridad y la cobardía. 

Literatura y política siempre convivirán. El escritor, antes de exhibir libros y talento creador, es un ciudadano activo, responsable y atento a los sucesos de la historia. El escritor elige libremente el camino conveniente cuando incursiona en la política.

FUENTE: DIARIO AHORA

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