GRACIELA, LA ABUELA DE MONZÓN

04.04.2013 A doña Graciela Maguiña Rada la adopté como mi bisabuela, sin que ella lo supiera, desde que la escuché contar historias que a veces parecían sacadas de libros de ficción, pero que eran realidades a las cuales ella y cientos de pobladores del Monzón estaban sometidos todos los días de su vida, durante la época de la subversión.Nunca estaba quieta, corría de arriba abajo haciendo una y demás cosas, estaba pendiente de las necesidades de los demás, y, principalmente, por el bienestar de la Iglesia Católica.

Cuando te narraba historias, lo hacía, con fecha, hora, personajes principales y secundarios, derrochando una memoria que, con los noventa y seis años que llevaba a cuestas, era digna de admiración.Siempre terminaba sus relatos, como se dice, literalmentemetiéndote un puñetazo en plena frejolera, para que reacciones de algún mal paso que estabas dando en este cielo sin límites.
Después de sentir que te habíadicho lo que te tenía que decir, se marchaba, con su paso ligero, por la huerta monzonina, a sentir, seguramente, el olor de los mangos oel del café de huerta, y,gozando de esas fragancias, agradecía a su Dios por haber cumplido con su misión.

La última vez que conversé con ella, me contó algunas etapas de su vida, me habló de su tierra natal, de sus hijas, pero principalmente de sus nietos y bisnietos; luego, me agarró fuertemente, las pecas de sus manos me mostraron lo arduo que había sido su trabajo, los cientos de arrugas que dibujaban otros rostros en su cara, explicaban lo mucho que había sufrido en este valle de lágrimas, sus canas, su experiencia de madre, sus pocos dientes, lo duro que había sido de roer algunas malas experiencias. 

Con sus labios secos, los cuales mojaba de rato en rato con su lengua,me dijo: «Te voy a contar la verdadera historia de Peregrina Zevallos, la santa de Monzón, pero te pido que no se lo cuentes a nadie», una vez más sentí sus falanges, falanginas y falangetasprendidas de mi mano y, acercando mis oídos sordos a su boca,escuché aquella historia de una señorita que entregó su vida al servicio de Dios, historia que, cumpliendo con el pedido de la abuela Grashi, me he de callar hasta que en algún momento, desesperado por el demonio de mi conciencia, se los cuente.

La abuela Grashi fue la madre que no solo educó a sus siete hijos, sino que, aferrada por ese amor de madre sin fronteras, asumió la crianza de niños que habían quedado huérfanos por la violencia social que nuestro país sufrió,así como también, de muchos niños y niñas que,habiendo sido dejadospor sus padres, se cobijaron, cual pollitos desprotegidos, bajo sus alas.

Ella, consiente de sus grandes fuerzas, se trazaba metas; objetivos que ha buscado a lo largo de su vida cumplirlos detalladamente, sin que quede, de este gran rompecabezas que es la vida, una sola pieza fuera de su lugar. 

Sintiendo ya que sus energías decaían y habiendo perdido la luz del día definitivamente,esperó a todos sus conocidos para que la visitaran; pensando,estoy seguro,en aquel dicho que dice: «Échate a la cama y sabrás quién te quiere».Muchos la visitaron y ella no perdió el momento para narrarles historias y pedirlesque le lean la Biblia, su fiel compañera; y si te saltabas alguna palabra o te comías algún versículo para adelantar la lectura, te corregíademostrándote su gran conocimiento de este libro sagrado.

Así ha pasado su vida en este valle la abuelita Grashi, rezando, sirviendo, apoyando las necesidades básicas de los más necesitados, conversando con sus nietos y bisnietos, amando sin medida, narrando historias y,después de cumplir con su misión en este lar por donde ha arrastrado sus pasos lentos llevándose consigo sus amarguras, ya que sus alegrías siempre las ha compartido, se ha dormido eternamente bajo el llanto silencioso y solitario de sus hijas, nietos, bisnietos y paisanos monzoninos.

CORRESPONSAL: Jacobo Ramírez Mays

FUENTE: DIARIO AHORA

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